26 de junio de 2012

El viento que precede a la tormenta



Al acabar la segunda guerra mundial, la mayor parte del planeta entendió que la construcción de una democracia global moderna, justa y solidaria se podría basar en la alternancia pacífica entre conservadurismo y progresismo, mezclando de ambas posturas conceptos como la iniciativa empresarial privada, el absoluto respeto a la igualdad de genero, raza y condición, la protección de derechos civiles y laborales, la circulación efectiva del dinero, la promoción de la educación, sanidad y cultura para todos y el derecho lícito a la progresión económica en función de tu talento y recursos.

Durante décadas, pensamos que con distintos retoques, la fórmula podría funcionar.

Pero no lo ha hecho. Y todos esos principios sobre los que se sustentaba la idea de paz y progreso se encuentran heridos de muerte hoy. 


Foto de ~SuperStar-Stock

De una parte, por el inevitable agotamiento de un modelo económico y social que exprime los recursos naturales sin ningún control y castiga con saña al planeta en el que convivimos con miles de especies que sufren bajo nuestro yugo.

De otra, por la amenaza del neoliberalismo, esa corriente conservadora ultra radical cuyo credo se basa en la erosión de derechos y libertades, la brutal austeridad para el individuo como motor a su menor coste como factor de producción y la presión a políticos y legisladores para que adopten ley y realidad a sus propuestas, muchas veces ilegales e inmorales. Gente como Sheldon Adelson, sucio magnate que manipula desde su poltrona a políticos y gestores para que se den de tortas con el objeto de llevarse a su terreno un negocio opaco al que nos debemos negar con todos los medios a nuestro alcance.

Y de otra, por el envenenamiento de la clase política y legisladora, que a gran escala se ha dejado llevar por la corrupción y el soborno, contribuyendo así a que el agujero de la crisis sea mucho más hondo y la hartura del ciudadano mucho más amplia.



Es tiempo de reaccionar. Hay que salir a la calle a decir que los ciudadanos no queremos ese futuro para nuestros hijos. Hemos de ser constructivos para proponer una alternativa más respetuosa, justa y sostenible. Como diría Hessel, hemos de indignarnos, hemos de comprometernos.


Y es necesario hacerlo en mucha mayor medida de lo que lo hemos hecho hasta ahora. Se hace tarde ya.

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