Al acabar la segunda guerra
mundial, la mayor parte del planeta entendió que la construcción de una democracia
global moderna, justa y solidaria se podría basar en la alternancia pacífica
entre conservadurismo y progresismo, mezclando de ambas posturas conceptos como
la iniciativa empresarial privada, el absoluto respeto a la igualdad de genero,
raza y condición, la protección de derechos civiles y laborales, la circulación
efectiva del dinero, la promoción de la educación, sanidad y cultura para todos
y el derecho lícito a la progresión económica en función de tu talento y
recursos.
Durante décadas, pensamos que con
distintos retoques, la fórmula podría funcionar.
Pero no lo ha hecho. Y todos esos
principios sobre los que se sustentaba la idea de paz y progreso se encuentran
heridos de muerte hoy.
Foto de ~SuperStar-Stock |
De una parte, por el inevitable
agotamiento de un modelo económico y social que exprime los recursos naturales
sin ningún control y castiga con saña al planeta en el que convivimos con miles
de especies que sufren bajo nuestro yugo.
De otra, por la amenaza del
neoliberalismo, esa corriente conservadora ultra radical cuyo credo se basa en
la erosión de derechos y libertades, la brutal austeridad para el individuo
como motor a su menor coste como factor de producción y la presión a políticos
y legisladores para que adopten ley y realidad a sus propuestas, muchas veces
ilegales e inmorales. Gente como Sheldon Adelson, sucio magnate que manipula desde
su poltrona a políticos y gestores para que se den de tortas con el objeto de
llevarse a su terreno un negocio opaco al que nos debemos negar con todos los
medios a nuestro alcance.
Y de otra, por el envenenamiento
de la clase política y legisladora, que a gran escala se ha dejado llevar por
la corrupción y el soborno, contribuyendo así a que el agujero de la crisis sea
mucho más hondo y la hartura del ciudadano mucho más amplia.
Es tiempo de reaccionar. Hay que
salir a la calle a decir que los ciudadanos no queremos ese futuro para
nuestros hijos. Hemos de ser constructivos para proponer una alternativa más
respetuosa, justa y sostenible. Como diría Hessel, hemos de indignarnos, hemos
de comprometernos.