Siria se desangra ante los pasivos ojos occidentales,
sepultada bajo un manto tupido de informaciones confusas. Nueve mil muertes prueban
la brutalidad del régimen autoritario de Basar-al-Assad al sofocar las
revueltas ciudadanas surgidas de la primavera árabe de 2011. Situaciones como
la de Homs, ciudad bastión de los disidentes, que está siendo masacrada por las
fuerzas leales al gobierno dan una medida de la inaceptable salvajada cometida
contra el pueblo. La oposición siria, muy fraccionada, no es capaz de aglutinar
un mensaje que ponga en jaque a tanta tiranía. Difieren en su contenido y
dureza, así como en cuál es la alternativa de futuro que plantean al régimen
actual, si es que plantean alguna. Este caos desarticula la oposición y
mantiene lejano el horizonte de cambio pacífico en Siria. No debe haber excusas,
no obstante; Assad debe cesar la ofensiva militar y el baño de sangre inmediatamente.
Y además debe de marcharse del poder asegurando una transición pacífica en el
mismo. Un gobierno que no es capaz de velar por los derechos y libertades
especialmente de aquellos que son críticos con él no debe tener cabida ni apoyo
en el mundo del siglo XXI.
Las potencias mundiales escenifican por su parte un absurdo
teatrillo de intereses y alianzas que no hace sino poner palos en las ruedas de
la caravana democrática. Siria no debe ser tablero de juego de geopolítica o
economía de recurso estratégico alguno. Las grandes potencias del mundo han de
variar radicalmente sus posturas en la ONU para empezar a defender a los países
en peligro y dejar de defenderse a si mismos.
Esas actitudes ya no son admisibles, pues los muertos de
youtube duelen lo mismo, pero huelen mucho más.